La noche se extendió como un manto espeso, cubriendo el cielo con un negro absoluto que parecía absorber la luz de cada estrella. Afuera, el viento gemía entre los árboles, agitando las ramas como si fueran dedos largos que rasguñaban los vidrios rotos, anunciando que el momento se acercaba. Incluso las sombras parecían vivas, moviéndose con cada crujir de la madera, respirando con cada latido de nuestros corazones.
Dentro de la casa, el aire estaba cargado con el aroma amargo de las hierbas quemándose en un pequeño cuenco que Cassandra sostenía entre sus manos. El humo subía en espirales pálidas, danzando con un ritmo lento, impregnando cada grieta, cada pedazo de escombro, cada herida abierta en la madera y en nosotros. Cada chispa que se desprendía del fuego parecía un latido contenido, un susurro del tiempo que se nos escurría entre los dedos.
León estaba de pie, con el cuaderno abierto en una página que mostraba la runa de unión, aquella que había sobrevivido al fuego, como nosot