El precio del sello
El eco de la batalla aún reverberaba en mi pecho cuando la casa quedó en un silencio extraño, pesado, como si el mismo aire temiera romperlo. Afuera, la tormenta arreciaba con furia desatada, cada trueno haciendo vibrar las ventanas rotas, marcando un pulso de guerra en la penumbra.
Me recosté contra la pared cubierta de polvo, sintiendo el sabor metálico de la sangre seca en mis labios. Cada respiración era un latido irregular que me recordaba que estábamos vivos, pero apenas. El cuaderno en mis manos latía con un pulso propio, tibio, como si respirara conmigo mientras el reflejo del espejo destellaba un azul enfermo en cada rincón.
León permanecía cerca, con las manos temblorosas, sus ojos claros clavados en mí, intentando calmar la ansiedad que se retorcía en el aire entre nosotros. Había una tensión en sus hombros, una batalla interna que reconocía porque también la llevaba dentro.
—No podemos quedarnos aquí —murmuré, con la voz rasgada—. Ellos van a volver, y