ELIO
Cierro la puerta detrás de mí, pero no es una pared de madera la que me separa de ella, es un abismo. Una grieta abierta que se ensancha con cada paso que doy lejos de ella, lejos de lo que éramos.
Siento el peso del silencio caer sobre mis hombros. Este silencio que no es apacible, sino opresivo, sofocante. Llena la habitación como una marea negra, invade mis pensamientos y ahoga mis dudas.
Me sorprendo buscando en mi memoria el eco de una risa, de una mirada cómplice, de un aliento compartido. Pero todo se disuelve, cada fragmento se borra, como barrido por la frialdad de este momento.
¿Por qué es tan difícil permanecer simplemente cerca, rozar la ternura sin romperla? ¿Por qué soy este hombre que construye muros en lugar de abrir ventanas?
Cierro los ojos. Vuelvo a ver su rostro, sus labios rozados, su aliento que se suspendió un instante. Este beso frágil, promesa inconclusa, amenaza silenciosa de lo que aún podríamos ser.
Y, sin embargo, me retiro. Porque el peso del pasado