La noche cayó como un telón pesado sobre la fortaleza. Las antorchas en las murallas arrojaban luces danzantes sobre los rostros tensos de quienes permanecían de guardia; dentro, la calma era un pulso contenido. Dante caminaba sin prisa por el pasillo principal, la gabardina colgando de sus hombros, la mirada fija en un punto que sólo él veía. A su lado, Mikhail avanzaba como un muro de hielo, y detrás, Iván, Mikko y Sergey seguían en silencio, preparados.
El informe de Marco había abierto un nuevo frente: Isabella no había actuado por capricho. Había querido humillar a Corrado, sabía que la fuga de la verdad pondría en jaque la moral de la 'Ndrangheta, y con eso esperaba ganar terreno. Pero había subestimado una cosa: la sangre que había tocado era la del Zhar y la de la Roja. Y esas sangres no perdonan.
Dante cruzó la sala de mapas. Sobre la mesa, planos de Milán, fotos de mansiones y una lista minuciosa de nombres y direcciones. Señaló con el dedo una mancha roja en el mapa.
—Aquí