Las campanas de Venecia apenas comenzaban a sonar en la distancia, pero en los despachos más oscuros de Italia ya se respiraba inquietud. La fortaleza amanecía bañada por un sol implacable, y con cada minuto que pasaba, más autos de lujo y convoyes blindados se acercaban a la iglesia destinada al evento.
Salvatore
En su oficina abarrotada de pantallas, Salvatore golpeaba la mesa con el puño cerrado.
—¡Maldición! —rugió, mientras uno de sus hombres dejaba sobre el escritorio fotografías recién impresas—. ¿Se dan cuenta de lo que significa esto?
Las imágenes mostraban caravanas entrando a la ciudad, insignias de clanes extranjeros, y sobre todo, el símbolo imposible de ignorar: la rosa blanca con el escudo de hierro de La Roja.
—Jefe, los informes confirman que cada organización enviada recibió un espacio reservado en la iglesia… parece un cónclave —dijo uno de los analistas.
Salvatore se levantó de golpe, la vena del cuello palpitándole con furia.
—¿Un cónclave? ¡Esto no es una boda, e