El eco de los pasos resonaba en el salón principal de la fortaleza cuando Mikhail llamó a Dante a un lado. Con un gesto solemne, alzó su copa medio vacía y lo miró directamente a los ojos.
—Hermano —dijo en voz baja, cuidando que solo él lo escuchara—, la boda fue un acontecimiento grandioso, pero no podemos dejar que las brasas de ese fuego se apaguen tan rápido. Esta unión no solo es personal… es política. Creo que debemos invitar a las organizaciones a una pequeña celebración aquí, en la fortaleza. Un banquete íntimo, donde puedan mostrarnos su respeto y, al mismo tiempo, nosotros medirlos a ellos.
Dante, siempre desconfiado, arqueó una ceja.
—¿Y qué ganamos con exponer nuestras puertas de nuevo?
Mikhail sonrió de medio lado, con esa calma imperturbable que lo caracterizaba.
—Ganamos alianzas. Quien se presenta con un regalo, lo hace porque quiere algo. Y en ese intercambio, podemos ver sus intenciones más claras que en cualquier reunión secreta.
Dante guardó silencio unos segundos