El amanecer llegó teñido de rojo. En la Fortaleza, el cielo parecía reflejar la sangre que aún no se había derramado. El silencio era casi religioso; incluso los guardias hablaban en susurros.
Dante no había dormido. Llevaba horas frente al ventanal del despacho, observando la neblina que cubría los terrenos, con un cigarrillo consumiéndose entre sus dedos.
La puerta se abrió con un leve chasquido.
—Los equipos están listos —anunció Mikhail—. Sergey, Iván y Amara ya revisaron los canales. No habrá filtraciones esta vez.
Dante asintió sin girarse.
—¿Cómo está ella?
—Estable —respondió Mikhail—. Pero necesita reposo absoluto. El médico dijo que cualquier estrés podría…
Dante cerró los ojos un instante.
—No terminaré esta guerra sin asegurarle un futuro. Si Corrado quiere jugar con fuego, se lo haré tragar.
Mikhail lo observó un segundo más antes de acercarse.
—Hay algo más. La ubicación del transmisor que rastreamos no era solo un punto. Era un complejo subterráneo bajo una villa en Tao