El silencio en el despacho era un ser vivo, denso y cargado con el eco de sus promesas y amenazas. Salvatore, con el cuerpo temblando por una mezcla de rabia y deseo, la soltó. Isabella, con una sonrisa de depredadora, se deslizó del escritorio. Sus pies desnudos tocaron el suelo, y ella se deslizó hacia la silla de cuero, la misma donde él se sentaba para dar sus órdenes.
—Siete años... —dijo ella, su voz era un susurro que llenó el espacio, una melodía oscura que le heló la sangre—. Siete años de esperar. Siete años de ver a Dante y a su padre, controlar el mundo que debió ser nuestro. ¿Crees que me he olvidado de la humillación?
Salvatore la miró, sus ojos, un espejo de su propio deseo y ambición, se posaron en ella. Se acercó, la mano en su barbilla, la obligó a mirarlo a los ojos.
—Nunca he amado a nadie como te amo a ti —dijo, su voz era un gruñido—. Y por ti, por ti mataré a Dante. No es por el poder, Isabella. Es por ti.
Isabella se rio, una risa seca y llena de sarcasmo. Sus