El amanecer se alzó gris sobre la Fortaleza. El viento cargaba el aroma del metal y el silencio de un territorio que había conocido demasiado fuego. Los muros aún conservaban cicatrices del conflicto pasado, pero ahora, entre esas piedras antiguas, se respiraba algo nuevo: poder.
Serena observaba desde el balcón principal, con el cabello rojo danzando al ritmo del aire. Detrás de ella, Dante ajustaba los puños de su camisa negra, su mirada fija en los hombres que formaban un cordón de seguridad alrededor del edificio.
—Todo esto parece tan… tranquilo —murmuró Serena sin apartar la vista del horizonte.
—Demasiado tranquilo —respondió Dante, con esa voz baja y rasposa que usaba cuando el instinto le advertía peligro—. Cuando el silencio pesa, es porque alguien está preparando algo.
Aquel día se reunirían con los líderes de las organizaciones más poderosas del mundo. La Roja había vuelto a dominar los hilos invisibles del crimen internacional, y todos querían su respaldo.
Mikhail, sen