La noche después del enfrentamiento con Dimitri cayó sobre la fortaleza como una mortaja.
Los corredores estaban en silencio, el eco de los disparos aún flotando en los muros. Afuera, la nieve caía espesa, cubriendo el suelo manchado de sangre y humo. Dentro, el aire olía a pólvora, sudor y café fuerte.
Mikhail estaba de pie en la sala de mando, con los brazos cruzados. Frente a él, Dante revisaba los planos extendidos sobre la mesa principal. Sergey, Miko e Iván analizaban los reportes de daños, y Serena… Serena seguía trabajando.
Llevaba más de cuarenta horas sin dormir. Tenía los ojos enrojecidos, el cabello suelto y un cansancio tan marcado que parecía sostenerse solo por fuerza de voluntad.
Revisaba una y otra vez los archivos cifrados recuperados del servidor de Dimitri, mientras su respiración se volvía cada vez más corta.
—Dimitri cayó, sí —dijo Miko, rompiendo el silencio—, pero su red no estaba sola. Hay transferencias que no cuadran.
—Exacto —añadió Sergey, tecleando rápido