El teléfono de Adrien vibró sobre la mesa, iluminando la pantalla con un nombre que le hizo apretar la mandíbula: Martha.
Suspiró y tomó la copa de whisky, dándole un trago sin apresurarse a contestar. José, quien lo observaba con atención, arqueó una ceja.
—¿No piensas contestar? —preguntó, señalando el teléfono—. ¿Quién te llama a esta hora?
Adrien dejó la copa sobre la mesa y deslizó el dedo por la pantalla, silenciando la llamada.
—Es Martha —respondió con indiferencia.
José chasqueó la lengua y se acomodó en su silla.
—Sigue insistiendo, ¿eh?
—No deja de molestar —gruñó Adrien—. Sigue empeñada en que no me divorcie, en que lo intentemos otra vez.
José bebió un sorbo de su whisky y lo miró con calma.
—¿Y por qué no lo intentas? Tal vez…
Adrien lo interrumpió con una risa amarga.
—No, José. Ya no la amo. Y, siendo sincero, no sé ni por qué me casé con ella en primer lugar.
José frunció el ceño.
—¿Cómo que no lo sabes?
Adrien suspiró y pasó una mano por su cabello, su expresión endu