—No irás a ningún lado. Quiero que me acompañes a ver unas construcciones.
Camila bufó y cruzó los brazos, desafiante.
—No quiero ir a ningún lado. Mejor invita a una de tus mujeres.
Los ojos de Alejandro brillaron con molestia. Dio un paso hacia ella, su voz firme y autoritaria:
—Camila, te estoy dando una orden.
Ella le sostuvo la mirada, negándose a ceder. Pero Alejandro no tenía intención de discutir más. La tomó del brazo con suavidad, pero con la suficiente firmeza para hacerle entender que no tenía opción, y la sentó en el sofá.
Sin soltarla con la mirada, tomó el teléfono y marcó.
—¿Aló? —respondió Isabel.
—Mamá, Camila está conmigo. Se quedará aquí.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea.
—Está bien, hijo —respondió su madre con tono cansado—. Pero trata de no complicar más las cosas con ella.
—Adiós, mamá.
Colgó sin decir más y miró a Camila. Tomó una revista del escritorio y se la extendió.
—Lee esto.
Camila lo tomó sin decir palabra, aunque su mirada reflejaba su