Andrés y Carlos apenas cruzaron el umbral del edificio cuando dos patrullas se detuvieron frente al apartamento de Margaret. Las luces rojas y azules iluminaban la fachada mientras varios oficiales descendían armados y alertas.
Uno de los oficiales, de rostro serio y voz firme, se acercó a ellos.
—¿Se puede saber qué hacen ustedes aquí?
Carlos se adelantó con paso decidido.
—Vinimos a ver si encontrábamos algo útil. Esta mujer… Margaret… secuestró a mi hijo. No podíamos quedarnos con los brazos cruzados.
El oficial frunció el ceño.
—¿Encontré algo?
Andrés levantó una de las fotos que había tomado del apartamento: en ella, Margaret posaba en la cubierta de un yate, con el mar de fondo y una copa en la mano.
—Queremos ir a este yate. Puede ser un desconocido. Mire esta imagen. Hay detalles que indican que sigue frecuentándolo. Podría tenerlos allí.
El oficial supervisa la imagen detenidamente.
—Tiene sentido. Es un escondite óptimo… Alejado, sin testigos.
Hizo una señal a su compañero.