El pasillo del hospital estaba en completo silencio, apenas interrumpido por el tenue sonido de los pasos de Alejandro. Caminaba con un ramo de flores en sus manos; su rostro reflejaba una mezcla de ansiedad y esperanza. Había dormido poco, pero aún así, cada uno de sus movimientos estaba cargado de determinación. Frente a la puerta de la habitación de Camila, respiró hondo, se acomodó el cuello de la camisa y tocó suavemente antes de abrir.
Al entrar, la vio sentada en la cama. Llevaba puesta una bata blanca y tenía el cabello suelto, cayendo en ondas sobre sus hombros. Al verlo, su expresión cambió; se tensó por un segundo, como si no esperara verlo tan pronto… o tan solo.
—Buenos días —dijo Alejandro con una sonrisa tenue, dando un par de pasos hacia ella—. Te traje estas flores.
Camila alzó la mirada, sorprendida. Tomó el ramo con suavidad y lo olió brevemente antes de decir:
—Gracias. Son hermosas.
Un silencio incómodo se instaló entre ambos. Se miraron como si el tiempo se hubie