El cielo comenzaba a oscurecerse lentamente, tiñendo el horizonte con tonos púrpura y gris. Afuera del hospital, el silencio era denso, como si incluso el viento hubiera decidido detenerse. Alejandro acababa de marcharse junto a Ricardo, su expresión perdida, rota por el peso de los recuerdos ausentes de Camila. Irma, en cambio, se había quedado sola, sentada en una banca del pasillo, con la mirada fija en el suelo, luchando contra el dolor silencioso que crecía dentro de su pecho.
Fue entonces cuando Adrien se acercó, como un cuervo que detectó el olor de la desolación.
— ¿Cómo te sientes con todo esto? —preguntó con tono aparentemente amable, pero con una sonrisa ladina que desmentía cualquier buena intención.
Irma lo miró con desconfianza, frunciendo ligeramente el ceño.
—¿A qué te refieres con "todo esto"? —preguntó con voz apagada.
Adrien se encogió de hombros y respondió con fingida naturalidad.
—Bueno, a que Alejandro ya no te mira como antes. A que está pensando en regresar co