Había pasado un mes desde que Camila asumiera su nuevo rol como dueña del restaurante. Todo marchaba con aparente normalidad. La clientela aumentaba, las finanzas comenzaban a estabilizarse y su presencia en los medios como empresaria joven y visionaria no paraba de crecer. Sin embargo, pese al éxito y la admiración que recibía, una extraña sensación comenzaba a instalarse en su pecho. Era una inquietud que crecía día tras día, silenciosa, persistente… casi insoportable.
Esa mañana, el sol entraba suavemente por las cortinas de su oficina. El aroma a café recién hecho se mezclaba con el leve perfume a flores frescas que decoraban el escritorio. A su alrededor, todo era orden y serenidad. Pero dentro de Camila, había caos.
Sentada frente a su laptop, miró la pantalla en blanco del navegador. Por un instante, dudó. Luego, sin pensarlo más, sus dedos comenzaron a teclear con cautela: "Alejandro Ferrer".
No sabía exactamente qué esperaba encontrar, pero su curiosidad había vencido. Desde