El sol entraba tímidamente por la ventana de la oficina de Alejandro Ferrer, proyectando haces de luz sobre los muebles oscuros y pulidos. Sentado detrás de su escritorio, con la mirada fija en unos documentos que debía revisar, Alejandro apenas podía concentrarse. Sus pensamientos volaban constantemente a otro lugar. Una otra persona.
Suspensó profundamente y desvió la vista hacia un marco de plata discreto que adornaba el extremo izquierdo del escritorio. Allí, inmortalizada en una imagen que parecía tan lejana como un sueño, estaba Camila. Su camila. Tomó la foto con ambas manos, acariciando suavemente la superficie del vidrio con los dedos, como si pudiera tocarla a través de ella.
—Cuánto te extraño… —murmuró con un nudo en la garganta.
La puerta de su oficina fue golpeada con suavidad, interrumpiendo su momento de melancolía.
—Adelante —dijo con voz firme, aunque apagada.
Ricardo entró con paso medido y expresión seria. Se sentó frente a él sin decir palabra por unos segundos, h