El sol apenas comenzaba a asomarse por las ventanas cuando Alejandro Ferrer abrió los ojos lentamente. Estaba en la habitación de Irma, recostado a su lado después de haber pasado la noche juntos. El ambiente era silencioso y la luz tenue filtrada por las cortinas dibujaba sombras suaves sobre las sábanas revueltas. Con cuidado, sin hacer ruido, se incorporó para no despertarla. La observó unos segundos; dormía tranquila, con una leve sonrisa en los labios. No sabía si era por la velada que habían compartido o por algo más, pero a Alejandro no le interesaba descubrirlo.Se levantó, recogió su ropa del respaldo de una silla y salió sin mirar atrás. Caminó hasta su habitación, cerrando la puerta con suavidad. Entró al baño y abrió la regadera. El agua caliente cayó con fuerza sobre su espalda, y mientras el vapor llenaba el espacio, sus pensamientos se dirigieron a una imagen que lo perseguía desde hace días: una foto de Camila.“¿Dónde te tomaste esa foto, Camila?”, murmuró, dejando qu
La mañana comenzó con un ambiente pesado en las oficinas del Grupo Ferrer. El edificio, impecable como siempre, se llenaba lentamente del bullicio cotidiano de empleados que comenzaban su jornada laboral. Algunos conversaban en voz baja mientras otros caminaban con carpetas en mano, cruzando los pasillos con prisa.Alejandro Ferrer entró por la puerta principal del edificio, impecablemente vestido, con una expresión seria que contrastaba con su puerta elegante. Saludó brevemente a los empleados que se cruzaban en su camino, sin detenerse ni un segundo.—Buenos días, señor Ferrer —le dijo una recepcionista al pasar.—Buenos días —respondió Alejandro con voz firme, sin cambiar el gesto de su rostro.Ricardo Medina, su amigo y mano derecha, lo observó desde la entrada del ascensor. Al llegar verlo, se adelantó unos pasos con una sonrisa en los labios.—Buenos días, amigo —saludó con tono amistoso.Alejandro lo miró de reojo, sin detenerse.—Buenos días… Justamente pensaba en ti.Ambos en
El cielo aún conservaba el tono suave del amanecer cuando Camila despertó. Un tenue rayo de luz se filtraba por las cortinas de su habitación, proyectando líneas doradas sobre las sábanas. Todavía envuelta en la calidez del sueño, su mano se estiró para alcanzar el teléfono que vibraba sobre la mesita de noche.—¿Aló? —contestó con voz somnolienta.Al otro lado, una voz cálida y alegre la saludó.—Buenos días, mi amor —dijo Adrien, sentado en su despacho desde muy temprano.Camila esbozó una sonrisa y se incorporó lentamente en la cama.—Buenos días, Adrien —respondió, aún medio dormida.—¿Te gustó el restaurante?—Sí, claro que sí —dijo con entusiasmo—. Y gracias por el nombre que le pusiste. Sabía que me iba a gustar.Adrien sonrió desde su escritorio, imaginándola con el rostro adormilado y la voz suave. Aquel nombre, “Los Sueños de Camila”, no era solo un homenaje: era una promesa.—Sabía que ese nombre tenía que ser tuyo —respondió él, con un orgullo tranquilo en la voz.Camila s
El Legado de Don Alfonso El viento frío soplaba entre los árboles del cementerio, sacudiendo las hojas secas que crujían bajo los pies de quienes asistían al último adiós. Alejandro Ferrer permanecía en silencio, observando cómo el ataúd de su abuelo, Don Alfonso Ferrer, descendía lentamente hacia su tumba. La expresión en su rostro era tan rígida como siempre; no había lágrimas en sus ojos, aunque el peso de la pérdida lo aplastaba por dentro. Alejandro, de treinta y tres años, había aprendido desde joven a no mostrar sus emociones. Era un hombre fuerte, calculador y con un temperamento frío que lo convertía en un líder implacable en los negocios. Su abuelo había sido su modelo a seguir, el hombre que le había enseñado a no depender de nadie, a ser independiente y a tomar el control. Ahora, todo lo que quedaba de Don Alfonso era una pesada herencia: no solo la empresa familiar, sino también el vacío que dejaba en cada uno de los miembros de la familia. A su lado, sus padres, Carl
El restaurante al que Ricardo había llevado a Alejandro era uno de los lugares más exclusivos de la ciudad, conocido por su discreción y elegancia. A pesar de la tranquilidad que ofrecía el lugar, Alejandro seguía inquieto. Ni siquiera el olor a comida recién preparada lograba aliviar la presión que sentía en el pecho. No era solo la pérdida de su abuelo, sino todo lo que implicaba la herencia que ahora recaía sobre él. —Relájate, hombre —dijo Ricardo mientras los dos se sentaban en una mesa junto a la ventana—. Una comida no va a arreglar todo, pero al menos te sacará de esa nube oscura en la que te has metido. Alejandro no respondió, solo asintió, su mente todavía enfocada en los pendientes que lo esperaban en la oficina. Sin embargo, decidió hacer un esfuerzo aunque fuera por unos minutos. —Voy al baño un segundo —dijo Alejandro, levantándose de la mesa. Caminó con paso firme hacia la parte trasera del restaurante, intentando organizar sus pensamientos. Mientras regresaba, dis
Camila caminaba por las calles del barrio con pasos lentos, sintiendo el peso de la tarde en sus hombros. A sus 23 años, la vida no había sido fácil para ella, pero siempre había encontrado la fuerza para seguir adelante. Desde que su padre murió en un accidente cuando ella tenía solo 17 años, la responsabilidad de cuidar a su familia había recaído completamente sobre sus hombros. Su madre, Marta, había quedado devastada por la pérdida, y desde entonces, Camila había sido el pilar del hogar. Vivía en una pequeña casa de un barrio humilde, junto a su madre y su hermana menor, Sofía, quien apenas tenía 6 años. El hogar era modesto, con muebles desgastados pero llenos de cariño. A pesar de las dificultades económicas, Camila siempre hacía lo posible por mantener un ambiente cálido y amoroso para su hermana y su madre. Ese día, al abrir la puerta de su casa más temprano de lo habitual, su madre, Marta, levantó la vista desde la mesa del comedor, sorprendida. Marta era una mujer de rost
Había pasado un mes desde que Don Alfonso Ferrer fue enterrado, y el luto aún rondaba en los corazones de la familia. Alejandro Ferrer, a pesar de su temple firme, no podía evitar sentirse inquieto. El testamento de su abuelo sería leído al día siguiente, y aunque muchos asumían que la empresa familiar le pertenecería, Alejandro no estaba tan seguro. Aquella tarde, se encontraba en el club privado junto a su amigo Ricardo. Era un lugar que siempre había frecuentado, pero en ese momento no lograba disfrutar la atmósfera relajada del sitio. Estaban sentados en la terraza, con bebidas sobre la mesa y una vista de la ciudad que, para Alejandro, parecía lejana y borrosa. —¿Listo para mañana? —preguntó Ricardo mientras daba un sorbo a su bebida. Alejandro se encogió de hombros, con una expresión seria. —No sé si estoy listo, Ricardo. Mi abuelo siempre fue impredecible. No tengo ni idea de lo que pueda haber dejado en ese testamento. Ricardo lo miró con curiosidad. —¿De verdad crees q
La noche había sido larga, pero Alejandro, fiel a su costumbre, no dejaba que las distracciones lo afectaran. Se despidió de la mujer con quien había compartido la velada, tan despreocupado como siempre, asegurándose de que ella no esperara nada más que un momento pasajero. Después de todo, su vida no estaba diseñada para compromisos duraderos.Cuando finalmente llegó a casa, la madrugada ya asomaba y las luces de la enorme residencia Ferrer permanecían encendidas. La imponente mansión, situada en las afueras de la ciudad, parecía más silenciosa que de costumbre, y Alejandro no pudo evitar notar lo pesado que se sentía el ambiente al entrar.Al cruzar la puerta, fue recibido por la mirada seria de su padre, Carlos Ferrer, quien estaba sentado en uno de los sillones del gran salón. Llevaba un tiempo esperando su regreso, con una mezcla de preocupación y anticipación reflejada en sus ojos.—Alejandro —dijo Carlos con voz firme, aunque contenida—. Mañana se lee el testamento de tu abuelo