Después de largas horas de vuelo, el avión aterrizó suavemente en la pista privada de la ciudad. Adrien bajó por la escalinata del jet corporativo con paso firme y mirada decidida. Vestía un traje oscuro impecable que acentuaba su porte elegante y dominante. Había estado varios días fuera, resolviendo asuntos de negocios, pero su mente seguía anclada en una sola preocupación: mantener a Camila cerca y a Alejandro Ferrer lejos de la verdad.
Un automóvil de la empresa lo esperaba en la pista. El chofer le abrió la puerta trasera sin pronunciar palabra. Adrien subió, se recostó con un suspiro silencioso y cerró los ojos por un breve momento. El viaje hasta la sede principal de su empresa no tomó más de veinte minutos.
Al llegar, Patricia, su fiel secretaria, lo esperaba en la entrada principal del edificio con su característica sonrisa profesional. Era una mujer joven, inteligente, de mirada cálida y de una lealtad incuestionable.
—Buenos días, señor Garcías —dijo con tono firme y cordia