La noche había caído sobre la ciudad, envolviendo la casa en un silencio apacible. Camila, al ver a Eduardo y Sofía abrazados en la sala, decidió no interrumpir ese momento de ternura. Subió las escaleras con pasos suaves y, al llegar a su habitación, cerró la puerta con cuidado.
Se sentó en el borde de la cama, dejando escapar un suspiro profundo. Sus pensamientos se agolpaban, y una mezcla de gratitud y confusión la invasión.
—Sé que ellos me quieren proteger —murmuró para sí misma—. Han sido tan buenos conmigo.
De pronto, recordó el teléfono que Adrien le había regalado. Se levantó, fue hasta su cartera y lo sacó. Observó la pantalla, donde solo había cuatro contactos. Con determinación, buscó el número de su madre y lo marcó.
—¿Aló? —respondió Marta al otro lado de la línea.
—Mamá... —dijo Camila, y una lágrima rodó por su mejilla—. Te extraño tanto.
Marta, al escuchar la voz de su hija, sintió una oleada de emociones. Buscó una silla para sentarse, temiendo que sus piernas no la