La noche en la ciudad vibraba con una calma serena. Las luces de los edificios se reflejan en los cristales de los rascacielos como constelaciones urbanas. Alejandro conducía por una de las avenidas principales, con la mirada fija al frente y una expresión pensativa. Irma, sentada a su lado, observaba con curiosidad el camino sin decir nada, sintiendo que aquella salida no era casual.
— ¿Vamos a algún lugar especial? —preguntó ella suavemente, rompiendo el silencio.
Alejandro la miró de reojo y esbozó una pequeña sonrisa.
—Talvez. Es un sitio que me gusta mucho. Creo que te gustará también.
Poco después, el auto se detuvo frente a un restaurante acogedor, con ventanas amplias y luces tenues que decoraban la fachada. El letrero dorado colgaba con elegancia: Cielo Urbano . Irma lo miró con cierta admiración. El lugar emanaba una calidez distinta, una mezcla entre nostalgia y sofisticación.
Ambos bajaron del vehículo. Alejandro rodeó el auto y, como siempre, abrió la puerta para ella. Ir