Andrés tenía las manos apretadas en puños, la frustración ardiendo en su pecho. No podía creer que Sandra le hubiera colgado sin dejarle explicar. Se pasó la mano por el rostro y dejó escapar un suspiro cargado de rabia y frustración.
—Ahora ella piensa que vine a buscar a Camila… —murmuró entre dientes, guardando su teléfono en el bolsillo.
Las horas transcurrían lentas y desesperantes, y aún no había noticias sobre el estado de Camila. La tensión en el hospital era palpable. Alejandro y Andrés permanecían en un rincón del pasillo, observando cada movimiento de los médicos y enfermeras que entraban y salían del quirófano.
El sonido de pasos rápidos resonó en el pasillo y todos voltearon. Era el padre de Adrien, que llegaba apresurado. Al ver a su hijo, caminó directamente hacia él y lo tomó por los hombros con fuerza.
—Hijo, ¿estás bien? —su voz sonaba ronca por la preocupación.
Adrien lo miró con los ojos cargados de angustia.
—Papá, tengo miedo de perderla. —Su voz se quebró y sus