Al llegar al club, Alejandro y Andrés bajaron del auto y entraron al elegante recinto. Las luces tenues, la música suave de fondo y el aroma a licor fino creaban una atmósfera exclusiva y relajante.
Alejandro caminó con seguridad hasta una de las mesas privadas y, sin dudarlo, levantó la mano para llamar al mesero.
—Tráenos una botella de whisky —ordenó con tono firme.
El mesero asintió y se alejó rápidamente. Andrés lo observó con curiosidad, notando la tensión en los gestos de su primo.
—Parece que realmente necesitas un trago —comentó Andrés con una media sonrisa, tratando de aligerar el ambiente.
Alejandro se dejó caer en el asiento y soltó un suspiro pesado.
—Necesito algo más que eso… pero por ahora, el whisky servirá.
Chocaron sus vasos en un brindis silencioso antes de dar el primer sorbo.
Alejandro fijó la mirada en Andrés; su expresión era fría, pero en sus ojos ardía una tormenta contenida.
—Quiero que seas sincero conmigo —dijo con voz grave—. ¿Sabes dónde está Camila?
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