Andrés llegó al jardín y vio a Margaret sentada en un elegante sillón de mimbre, con una copa de vino en la mano. Su postura era tensa, su mirada perdida en la nada, y su expresión reflejaba rabia y desesperación.
Sin dudarlo, Andrés se acercó y, con un movimiento rápido, le arrebató la copa de las manos.
—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó con dureza, sosteniendo la copa lejos de su alcance.
Margaret lo miró con irritación y extendió la mano con exigencia.
—No te metas, Andrés. Dame esa copa.
—No te la daré —replicó él con firmeza—. ¿Qué quieres, Margaret? ¿Perder al bebé? Si lo pierdes, Alejandro se alejará de ti definitivamente.
Margaret apretó los puños con rabia y su mirada se llenó de resentimiento.
—¿Y de qué me sirve tener a este mocoso si él no me mira? —espetó con furia—. Él solo piensa en esa maldita mujer.
Andrés suspiró, tratando de mantener la calma. Sabía que Margaret estaba desesperada, pero sus palabras lo hacían comprender hasta qué punto estaba dispuesta a lle