La tarde caía suavemente sobre la casa Ferrer, tiñendo los ventanales con un tono dorado que otorgaba al ambiente una calidez particular. En la elegante sala principal, decorada con delicados detalles florales y retratos familiares, Isabella e Isabel Mendoza de Ferrer se encontraban sentadas junto a su esposo, Carlos Ferrer. Ambos sostenían tazas de porcelana fina, conversando animadamente sobre la reciente transformación de su hijo Alejandro.
—No puedo dejar de pensar en lo distinto que está últimamente —comentaba Isabella, con una sonrisa serena en los labios—. Ya no se le ve esa sombra de tristeza en los ojos.
Carlos ascendiendo, acomodando su brazo en el respaldo del sofá.
—Es verdad. Se le nota más ligero, como si hubiera soltado un peso muy grande... Tal vez esté listo para ser feliz de nuevo. Y si Irma es parte de eso, yo estará encantado.
El timbre interrumpió su conversación, resonando suave pero firme por toda la casa. Isabella arqueó una ceja y se inclinó ligeramente hacia