El silencio se volvió espeso, incómodo, cargado; yo sabía exactamente lo que estaba haciendo, no era seducción, era control emocional, la misma arma que Rebeca había usado contra él durante años, solo que ahora yo lo hacía mejor
Respiré hondo, temblando
—Por favor… —extendí una mano hacia él, casi derrumbándome—, no me dejes sola, no me encierres, déjame quedarme con mis cosas… es lo único que me queda de ti, de nosotros
Martín tragó saliva; dudó, lo vi, lo sentí
Rebeca dio un paso adelante desesperada
—Martín, no es cierto, está—
—¡Tú cállate! —ladró él sin quitarme los ojos de encima
Rebeca retrocedió como si la hubieran empujado y yo solo bajé la mirada, exacta, perfecta en mi papel
Martín respiró hondo y giró hacia Yolanda
—¿Botaste lo que yo le regalé? —preguntó con una frialdad que la dejó clavada donde estaba
—S-señor… yo… la señora Rebeca—
—Te pregunté a ti —la cortó de inmediato
Yolanda bajó la mirada, apretando los labios
—Sí, señor…
Martín volvió hacia mí, respirando hondo,