Capítulo 3
Perspectiva de Sofía

Los tomé en mis brazos y los llevé de vuelta a la casa de huéspedes, ordenándole al mayordomo que llamara a un médico.

El doctor llegó poco después.

—El estado de la niña es delicado, pero manejable. El del niño... está peor, se encuentra desnutrido y muestra señales de trauma emocional. Le sugiero pasar tiempo con él, necesita estabilidad y amor.

Asentí.

Más tarde, mientras Camila dormitaba con Mateo acurrucado contra ella, luego de que el médico se fuera, me quedé sentada en la penumbra, reconstruyendo la pesadilla que habían vivido.

A través de las confesiones susurradas de Camila, me enteré de toda la verdad.

El día que Valeria se mudó a la habitación principal fue el día en que mis hijos perdieron su mundo seguro. Fueron desterrados de sus habitaciones, encerrados en el sótano, alimentados con sobras, golpeados con pantuflas y amenazados para mantener el silencio.

Mientras tanto, Valeria interpretaba el papel de la madrastra devota en público, y Diego, como el idiota ciego que era, la adoraba como si fuera una santa.

Cuando los gemelos intentaron contárselo, no les creyó. ¿Por qué lo haría? Valeria era pura, dulce e intocable.

Aparté el cabello del rostro de Camila, sintiendo cómo mi pecho ardía por de culpa, rabia, dolor y furia.

...

Debí haberme perdido en mi tormenta de pensamientos porque no escuché la puerta abrirse.

Diego entró, recién duchado y vestido con ropa casual, como si no hubiera estado destrozando mi alma una hora atrás, moviéndose con lentitud, como si temiera que saliera huyendo, antes de sentarse a mi lado.

—Te extrañé, Sofía. En el momento que te vi parada en el jardín, quise correr hacia ti.

—Entonces, ¿por qué no lo hiciste? —pregunté.

Diego me miró como si yo estuviera siendo irracional, como si realmente pensara que lo que estaba por decir lo mejoraría todo.

—Por Valeria —respondió finalmente—. Prometí cuidarla después de que mi sobrino murió. Si hubiera ido hacia ti, si te hubiera abrazado y reconocido como mi esposa, ¿qué habría quedado para ella? ¿Qué diría la gente? ¿Que era la tercera en discordia en nuestro matrimonio? ¿Crees que podría sobrevivir a eso? Ella no es como nosotros, Sofía. No fue criada en nuestro mundo y… valora su reputación más que nada. Solo la estaba apoyando.

—¿Apoyarla? —Solté una risa sin humor—. ¿Así le llamas a casarte con ella?

Suspiró frustrado.

—Creí que estabas muerta, Sofía. De verdad lo creí y hubo noches en las que yo también quería morir. Fue Valeria quien me mantuvo en pie cuando pensé que te había perdido.

—¿Y ahora? —pregunté con voz fría—. ¿Ahora que he vuelto? ¿Cuál es tu plan, Diego?

—¿Ahora? —vaciló, como si realmente necesitara pensarlo.

—Sí —insistí.

—Serás la única Señora Herrera, pero aún necesito darle una boda a Valeria. Es solo... por formalidad.

—¿Una boda? —pregunté, mirándolo fijamente.

—Solo será para aparentar, mi amor —dijo, como si de alguna manera, eso lo mejorara—. Tú eres mi único amor.

Antes de que pudiera encontrar las palabras para destrozar a ese hombre tan falso, una criada irrumpió en la habitación.

—¡Señor Herrera, la bebé tiene fiebre! ¡La señorita Valeria lo necesita!

Diego se levantó de un salto.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? ¡Vamos! ¡Y llamen al médico de la familia!

Y así, sin más, se fue.

Hubo un tiempo, hacía solo unos meses, cuando Camila y Mateo también habían tenido fiebre, pero Diego, cuando le pedí que llamara a un médico, solo dijo:

—Dales unas pastillas para el resfriado.

Pero, en ese momento, porque se trataba de la bebé de Valeria, era una emergencia, una crisis. Ahora no podía soportar la idea de solo darle a Luna unas pastillas para el resfriado.

Según él, solo estaba cuidando a Valeria. ¡Y una mierda que la estaba cuidando!

—Mami, ¿estás triste? —preguntó una vocecita, en ese momento.

Bajé la mirada y noté a Mateo despierto. Trepó a mi regazo, rodeándome la cintura con sus bracitos y apoyó su pequeña cabeza contra mi hombro.

—Mami, no estés triste —susurró.

Tragué saliva y lo abracé fuerte.

—No estoy triste, mi amor —mentí con suavidad—. Solo estoy pensando.

—¿En qué piensas, mami? —preguntó Mateo, mirándome con sus grandes ojos sinceros.

Le besé la frente y lo acuné cerca.

—Estoy pensando en llevarlos a Camila y a ti a mi antigua casa —le dije—. Conocerán al Tío José, mi hermano. Cuando éramos pequeños, éramos igual que Camila y tú.

Mateo sonrió, fue una sonrisa somnolienta y frágil.

—Está bien, mientras estés con nosotros, mami —dijo con seriedad—. ¡No nos dejes a Camila y a mí otra vez, por favor!

Mi pecho se apretó tanto que dolió.

—No lo haré —le prometí, presionando mi frente contra la suya—. Te lo juro, mi amor, nunca los volveré a dejar.

Ni ahora, ni nunca.

...

Unos días después, Valeria apareció en la casa de huéspedes. Era toda sonrisas y dulzura, y «amablemente» me invitó a cenar, diciendo que quería hacer una fiesta de bienvenida, pero supuso que no me gustaría una multitud.

—Es algo pequeño —dijo—. Solo nosotros.

Valeria apareció vestida como si fuera la homenajeada, usando un vestido rojo sangre que se le pegaba al cuerpo como si estuviera anunciando al mundo realmente quién merecía estar al lado de Diego Herrera.

La cena fue en un restaurante con estrella Michelin en Centro Dorado, donde solo se ingresaba con reservación.

Cuando llegamos, Valeria y Diego entraron primero, tomados de la mano, disfrutando de la atención como la realeza. Mientras que los gemelos y yo íbamos detrás. Yo llevaba un par de jeans y una chaqueta vieja, para nada elegante.

Después de la cena, Valeria se colgó del brazo de Diego como un pequeño trofeo.

—Cariño, ¿por qué no vas a pagar la cuenta? Esperaremos aquí. —Su voz era dulce como la miel.

Ni me molesté en ocultar mi expresión de repulsión.

Diego lo notó y se volvió hacia mí con el ceño fruncido.

—¿Puedes parar ya? Estás arruinando la noche. Al menos, podrías intentar agradecer que Valeria planeó esto para ti. Lo reservó en cuanto volviste. Podrías intentar ser amable.

¿Amable?

Después de todo lo que me hizo pasar, después de todo lo que les hizo a mis hijos, ¿tenía la audacia de esperar que sonriera y le siguiera el juego?

Dios, era patético.

...

Después de la cena, Valeria insistió en dar un paseo por el parque. Pero, para llegar al estacionamiento desde allí, teníamos que atravesar un callejón, donde nos metimos en problemas.

Un grupo de matones holgazaneaba cerca de la entrada del centro comercial, buscando dinero fácil, o tal vez algo peor. Vieron a Valeria y Diego con su ropa de diseñador y olieron sangre.

—¿Qué tal si nos hacen una pequeña donación? —preguntó el líder, sonriendo con sus dientes amarillos—. Así los dejaremos pasar seguros.
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