Capítulo 2
Perspectiva de Sofía

—Aquí estoy, mis amores —dije, dejándome caer de rodillas, extendiendo los brazos hacia ellos—. ¿Extrañaron a mami?

Camila se lanzó a mis brazos, aferrándose a mí con un sollozo que me partió el corazón. Mateo temblaba donde estaba sentado, su pequeño cuerpo se estremecía por completo.

—Mami —sonrió Camila—. Papi dijo que nunca volverías —su voz se quebró en la última palabra.

—Mami, ¿viniste para llevarnos? —preguntó Mateo—. La señora Valeria dijo que si salíamos de este cuarto, se enojaría mucho y le diría a papi que nos echara de casa.

Esa zorra, era una intrusa, ¿y se atrevía a tratar a mis bebés así?

Los acurruqué a ambos en mis brazos, sosteniendo la pequeña mano de Camila mientras acunaba a Mateo contra mi pecho.

Luego, los llevé a la recámara principal, la que solía ser mía, y me dirigí al baño. Necesitaban una ducha y ropa limpia.

El baño principal tenía la enorme tina de mármol, lo suficientemente grande para que ambos pudieran sumergirse en agua limpia a la vez.

Mientras bajaba suavemente a Mateo y le decía a Camila que lo sostuviera, algo llamó mi atención: la foto de boda de Diego y Valeria. Estaban juntos, sonriendo de forma radiante.

Me acerqué, arranqué el marco de la pared y lo dejé caer al suelo. Luego lo pateé con fuerza, justo sobre la «linda carita» de Valeria.

¡Dios! Aquello no fue suficiente, pero ayudó un poco.

En ese momento, Diego entró con el mayordomo.

—¿Puedes parar ya? —gritó—. Ya arruinaste la celebración, ¿ahora estás destruyendo la casa? Acabas de regresar, Sofía. No hagas que me arrepienta de tenerte aquí.

Mi paciencia se quebró.

—¿Celebración? —siseé—. Adelante, ve y celebra con tu angelito mientras tus verdaderos hijos están encerrados en el sótano, muriéndose de hambre y comiendo basura.

Diego miró a Camila y Mateo, frunciendo el ceño.

—¿Por qué están tan sucios? —exigió saber—. ¿Estuvieron jugando en el jardín otra vez?

¿En serio no lo sabía?

Solté una risa fría y quebrada.

—Eres un imbécil, Diego —dije, con voz lo suficientemente afilada como para cortarle la piel—. ¿Por qué no le preguntamos a tu angelito, Valeria?

...

Valeria entró a la habitación un momento después. Parpadeó al vernos a mí y a los gemelos, llegando a jadear.

—¿Qué les pasó a Camila y Mateo? —suspiró, reflejando inocencia en sus ojos grandes.

—¿No lo sabes? —inquirí con frialdad.

—¿Por qué habría de saberlo? Cuidar a Camila y Mateo no es mi responsabilidad —dijo, colocando su mano sobre el pecho de Diego—. Amor, ¿tú sabes qué pasó?

Diego nos miró alternadamente, confundido e impaciente.

—Sofía está diciendo que los gemelos estaban encerrados en el sótano.

Valeria jadeó de nuevo.

—¡Oh! Bueno... he notado que a los gemelos les gusta jugar en el sótano. La mucama me dijo que a veces iban allí y jugaban todo el día.

A mi lado, Camila apretó mi mano con fuerza, sus pequeños dedos temblaban cuando negó frenéticamente con la cabeza.

—Mami, nosotros no...

—Deja de mentir, Valeria —espeté.

La sonrisa de Valeria se congeló.

—Le ordenaste a las mucamas que los encerraran en el sótano —dije, con voz cortante como una navaja—. Los hiciste comer basura y amenazaste con echarlos si se atrevían a salir. Los niños no mienten sobre cosas así.

Valeria abrió los ojos exageradamente.

—¡Jamás haría eso! ¿Por qué los encerraría?

Dicho esto se dirigió a mi hija y, con voz dulce y melosa, dijo:

—Camila, cariño, tú no me odias, ¿verdad?

Camila se estremeció bajo la mirada de Valeria, e, instintivamente, se escondió detrás de mí.

—No, no la odio.

—Entonces, ¿por qué le mentirías a tu mamá? —preguntó Valeria, aprovechándose del miedo de mi hija—. Nunca te encerré, mi amor. Nunca.

Deslicé mi brazo alrededor de Camila, protegiéndola del alcance venenoso de Valeria.

—Suficiente.

El pequeño cuerpo de Camila temblaba contra mí, sus ojos se desviaban hacia la foto de boda destrozada que aún yacía hecha añicos en el suelo. Valeria siguió su mirada, llevándose las manos a la boca.

—¡Nuestra foto de boda! —jadeó—. ¿Qué pasó?

—¿Eso? —pregunté, inclinando la cabeza—. La tiraré a la basura, no me gusta ver los recuerdos de otra persona abarrotando mi habitación.

El rostro de Valeria se contorsionó.

—Primero me acusas de abusar de los niños, ¿y ahora destrozas mi vida aquí? ¿Tanto me odias, Sofía?

Giró dramáticamente como si fuera a desmayarse, exprimiendo el momento para obtener cada gota de lástima posible.

Diego la atrapó, atrayéndola a sus brazos.

—No dejes que te afecten, Valeria. Sé que eres inocente.

Para mi horror, Diego apartó bruscamente a Camila de mi lado y le dio un fuerte golpe en la espalda.

—¿Así es como te he educado? ¿Para que mientas sobre las personas que se preocupan por ti? —siseó él.

La atraje de vuelta hacia mí, estrechándola contra mi pecho.

—No te atrevas a tocarla de nuevo. Me das asco, Diego —escupí—. ¿Golpeas a tu propia hija solo porque una zorra manipuladora te hace ojitos? ¡Abre los malditos ojos!

—Oh, claro porque tú eres perfecta, ¿no es así, Sofía? —gritó Diego—. ¿Le enseñaste a nuestra hija a mentir? Porque eso suena a algo que tú harías. Sabes que después de que murió mi sobrino, Valeria se quedó sola. Sabes que depende de mí. Y aun así... ¿engañas a nuestros hijos para mentir sobre ella? ¿Para intentar alejarla?

Valeria se apartó de sus brazos entre sollozos, saliendo de la habitación de manera dramática.

—Todo es mi culpa.

Diego corrió tras ella sin pensarlo dos veces.

Camila tiró de mi manga, con su pequeño rostro arrugado por la preocupación.

—Mami —susurró—, ¿papá nos odia a Mateo y a mí? ¿Por qué no nos cree?

Sus grandes ojos llorosos me miraron, y juro que sentí como si mil cuchillos atravesaran mi corazón.

Los atraje a ambos hacia mis brazos y los abracé con fiereza.

—No, mi amor, no. Tú eres la niña más inteligente, amable y maravillosa del mundo. Y Mateo, tú eres el niño más dulce, fuerte y extraordinario que una madre podría desear, ustedes no hicieron nada malo, nada.

—Mami... —la vocecita ronca de Mateo finalmente se quebró. Sus ojos vacíos se llenaron de lágrimas en un parpadeo.

—Ya, ya —susurré, acunándolos más cerca—. No lloren, mis bebés. Los sacaré de aquí. Viviremos juntos, solo nosotros tres, y volveremos a ser felices. Lo prometo.
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