—Sí.
Dejé mi tenedor, y enfrenté los ojos enrojecidos de Lorenzo sin pestañear. —Se llama Consultoría de Inversiones López. La constituí en Los Ángeles con cinco millones de dólares de capital inicial.
La sala quedó en silencio sepulcral. Solo se oía el leve balanceo de los candelabros de cristal.
Estela sonrió radiante. —¿Ven? No estaba equivocada. Su oficina está en el distrito financiero de Beverly Hills. Oí que la decoración es de muy buen gusto.
La madre de Lorenzo me miró atónita. —Viviana, tú... ¿cuándo...?
—Hace tres meses —respondí con calma—. Después de irme de Nueva York.
Lorenzo se puso de pie de un salto, la silla raspó ásperamente el suelo. Tenía los puños cerrados y los nudillos de los dedos blancos de tanto apretarlos.
—Traicionaste a mi familia.
—¿Los traicioné? —me levanté también—. Simplemente cambié de trabajo. Aclaremos los hechos, Lorenzo. Era tu asesora financiera. Una empleada. Y cuando mi contrato terminó, elegí no renovarlo. Es así de simple.
Lorenzo soltó una