Capítulo C
Greta
Estoy perdida en mis pensamientos cuando la voz de Gustavo rompe el silencio.
—Greta, no sabes a quién vi…
—¿A quién? —respondo sin interés, como si me importara.
—A tu hijo, a Máximo. Estaba solo, en un bar… se ve mal.
Lo miro con desprecio.
—¿Y eso a mí que me importa? —escupo—. Por mí, que se muera. No me importa.
Me levanto despacio, caminando por la sala como una fiera enjaulada.
—Lo único que me importa —digo con frialdad— es cómo voy a traer a Clarissa conmigo.
Me detengo en seco.
—Porque ahora tiene a su perro fiel —gruño—, ese que no la deja ni a sol ni a sombra.
Aprieto los puños con fuerza, las uñas clavándose en mis palmas.
—Necesito idear un plan… —susurro—. Uno bueno. Uno limpio.
Levanto la mirada, oscura.
—Y cuando la tenga en mis manos… —cierro los puños con rabia contenida— le haré pagar cada maldito segundo de la desgracia que estoy viviendo.
Mi sonrisa regresa.
Lenta.
Cruel.
Definitiva.
—¿De verdad no sientes cariño o amor hacia tus hijos? —pregunta