La firma de la sentencia
Capítulo XXXVI

Maximiliano

—Hola hermano…

No puedo evitar sorprenderme al verlo ahí, después de tantos años. Su voz suena igual de arrogante que siempre. Me obligo a fingir calma, aunque por dentro me cuesta contener el desagrado que me provoca su sola presencia.

Tiene esa sonrisa arrogante, esa forma de mirar como si todo le perteneciera. Nada ha cambiado en él, excepto que ahora su presencia se siente más pesada, más calculada.

—No esperaba verte —digo al fin, intentando mantener la voz firme.

—Supuse que no —responde con una tranquilidad que irrita—. Pero ya era hora de regresar, ¿no crees?

Lo observo de pies a cabeza. Ropa cara, reloj nuevo, perfume costoso… como siempre, intentando demostrar que vale más de lo que realmente es.

—¿Y a qué se debe tu regreso? —pregunto, cruzándome de brazos.

—A lo que me corresponde —responde sin dudar—. Soy un Sandoval, y es momento de ocupar mi lugar.

Un silencio denso se instala entre nosotros.

Al final suelto una leve sonrisa.

—¿Tu lugar? —repit
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