La caída

Capítulo XLVIII

Maximiliano

El día había sido largo, las reuniones eternas, y lo único que quería era silencio.

Silencio y distancia.

Ni llamadas, ni correos, ni nadie preguntándome qué haré con la nueva colección.

Subo las escaleras con paso firme, intentando no pensar demasiado. El pasillo está medio oscuro, iluminado solo por la luz que se filtra desde la recámara de Máximo.

Un sonido me hace detenerme.

Algo… diferente.

Entorno los ojos.

Camino despacio, intentando distinguir si escuché bien.

Y entonces, los sonidos se vuelven más claros.

Gemidos.

Voces.

Una risa femenina que me hiela la sangre.

No… no puede ser.

El corazón me late con fuerza, los dedos se me tensan al costado del cuerpo.

Doy unos pasos más, casi conteniendo la respiración.

Y lo que escucho al otro lado de la puerta me parte en dos.

—Ya extrañaba tenerte de nuevo entre mis brazos —dice la voz de Máximo, ronca, cargada de deseo—. No soporto verte con el imbécil de Maximiliano… me muero de celos cada que lo miras con
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