Capítulo XXXIV
Scarleth
Llevo marcándole a Maximiliano desde anoche y no me contesta. Desde que esa maldita de Camila se fue anda de un genio insoportable; si pudiera, ya lo hubiera mandado a la fregada hace tiempo. Aprieto el teléfono con fuerza; los nudillos me blanquean y la pantalla vibra en mi palma como si sintiera mi rabia. No contesta. No responde mensajes. Nada.
Respiro hondo. El enfado se convierte en decisión: me voy a su casa.
Tomo las llaves y salgo de mi departamento. El trayecto me parece eterno; cada semáforo una provocación. Llego, aparco rápido y cruzo la entrada con pasos firmes. Toco el timbre sin vacilar.
Cuando la puerta se abre, veo a Greta y nos vamos al jardín para poder platicar a gusto, sin que las metiches de las sirvientas nos molesten.
—Maximiliano no llegó a dormir, quien sabe en donde se metió, le marcó y me manda a buzón —me dice, Greta furiosa.
—¡Maldita Camila! —escupo, apretando los dientes—. Solo vino a arruinarme la vida.
—Tranquila, querida —resp