Estaba en el prado de siempre, rodeada de montañas y con un sol exquisito, de pie, mirando. La brisa movía mis cabellos y el vestido blanco que llevaba puesto. A lo lejos vi el columpio bajo el árbol que tenía hojas de un color verde claro hermoso. Caminé hacia el columpio y me senté a esperar. Sabía qué estaba esperando. Cerré mis ojos, porque sentí su aroma y lo aspiré tan profundo como pude. ¡Ivanna! Abrí los ojos y Arthur venía caminando hacia mí. ¡Arthur! le grité y me bajé del columpio. Esperé a que llegara a mí. Me regaló su sonrisa, que era mí sonrisa, porque siempre me había pertenecido. Se veía hermoso, radiante y feliz. Arthur llegó a donde yo estaba. El ambiente brillaba, era raro, pero me gustaba. Había mucha luz.
—Ivanna— Arthur estaba frente a mí, por primera vez en mucho tiempo.
—Arthur— le dije regalándole mi mejor sonrisa.
—Ya es tiempo, mi amor.
— ¿Para qué? — le pregunté entre curiosa y divertida.
—Para que seas feliz… Debes volver a ser feliz, cariño— él caminó ha