–LÍA–
Emmet entró a mi habitación con las manos ocupadas, intenté despabilarme mejor, Cris había entrado hacía un rato y dejó un vaso de agua templada sobre mi mesa que no dudé en tomar junto con abrir los ojos. Sabía que había tenido fiebre, o eso pensé. Esa mujer tenía un lado mágico al que siempre le había respetado. Nunca me había podido salir con la mía sin que ella se diera cuenta y terminara siendo mi cómplice, o mi verdugo.
–Buenos días– mi voz sonaba pastosa y agradecí haber tomado agua antes.
–Buenas tardes, quizás– bromeó. En ese momento volteé la vista al reloj digital sobre la pared de enfrente a mi cama, me di cuenta de que faltaban unos minutos para que fuese mediodía. Vaya, sin duda me rendí.
–Lo lamento– dije sin saber por qué me disculpaba. Emmet se rió mientras se acercaba a mí.
–¿Descansaste? –asentí y me miró por un momento –¿De verdad? Tienes ojeras, Lía.
–Bueno, debe ser porque dormí demasiado, suele pasar– me excusé.
–Desde que llegué aquí sólo te has des