Emmet Wick trabajaba como un “Soporte de cuidados paliativos para personas en estado terminal” en una empresa privada luego de que las leyes contra la humanidad alargada y la moral en casos de sufrimiento extremo fueran cambiadas. Una cliente en particular cae en su jornada, un padre consternado busca de sus servicios para atender a la persona más importante de su vida, no sabía nada de ella además de que su nombre es Lía Clarkson y sus compañeros le advierten de la misteriosa mujer. Pero solicitaba sus servicios y prometía pagar el triple de su cuota estándar. Lía es cruda y sincera, ácida como lo sería cualquier paciente terminal con un tumor cerebral que la tortura empujando en su cabeza y que según el criterio médico está a punto de estallar. ¿Resistirá Emmet a ayudar a quien no se deja ser ayudada y sacar de una fuerte depresión a alguien que se regocija de su oscuridad? “Solo cuando realmente sabemos y entendemos que tenemos un tiempo limitado en la tierra, y que no tenemos manera de saber cuándo se acaba nuestro tiempo, entonces comenzaremos a vivir cada día al máximo, como si fuera el único que tenemos.” Elisabeth Kubler-Ross Historia original y hechos totalmente ficticios. ADVERTENCIA: Temática fuerte, menciones a: Autolesiones, Eutanasia, Sexo, Dolor agudo y lenguaje adulto.
Leer másLa sedación mortal es uno de los procedimientos más utilizados en la sociedad actual para causar la muerte a un paciente en estado terminal con el fin de evitarle dolores infructuosos; de esta manera se le impiden molestias físicas y psicológicas producidas por su enfermedad.
El gobierno ha permitido a pocas entidades privadas encargarse de dar dignas muertes a enfermos terminales con el propósito de detener su sufrimiento y darle un fin honrado a sus vidas con autorizaciones de los doctores de el paciente y, además, el familiar correspondiente.
La palabra “Eutanasia” simboliza la unión de “Buena” y “Muerte”, es básicamente eso.
Luego de que mi abuela muriera a los cincuenta y siete años con una mezcla de cáncer que comenzó por un bultito en su seno izquierdo y que terminó causando una metástasis que amenazó sus órganos, incluido el corazón le prometí a su memoria el hacer lo que estuviera en mis manos para aliviar a otros que, como ella, sufrían tortuosamente.
Ella sufrió, sufrió mucho. Y yo percibí cada día y cada noche de su dolor. Vivíamos en la misma casa.
Me prometí a mi mismo cuando creciera- tenía unos doce años- Que me encargaría de evitar ese dolor en las personas quienes habían tenido una buena vida y que por una razón u otra terminaron en aquel deplorable estado. Y no, no era solo el cáncer quien causaba eso.
Sin embargo, mientras crecía me di cuenta de que no podía ser doctor, o enfermero. El juramento hipocrático me impediría quitar la vida a alguien aunque este me lo suplicara a gritos con sus últimos aires, Aún si la persona pedía a gritos clemencia.
Escogí entonces ser un “Soporte de cuidados paliativos" aunque muchos insistían en llamarle a quienes ejercían mi profesión como "Asistente de suicidios”. Encontré el trabajo perfecto al cumplir los veintitrés y luego de muchísimos exámenes en los que me cuestionaron mucho el por qué quería hacer esto, terminé siendo aprobado y en cinco años me había vuelto el mejor de mi grupo de compañeros. Las pagas eran buenas, la gente era buena… Veía sus últimos momentos de vida y, si estaba a mi alcance, intentaba alargarla de la forma más positiva que se podía. El gobierno me había investigado muchas veces sin encontrar nada, porque era cierto que era mi empleo y si bien no conocía de nada a esas personas que atendía más allá de lo que ellos mismos me contaban, era muy feliz cuando, al morir, veía la tranquilidad en sus expresiones al dejar por fin de sufrir.
Cuando mi mamá se dio cuenta de a lo que me dedicaba no me juzgó, ni siquiera me reprochó. Simplemente dijo que tenía cojones, muchos más que ella, mientras lanzaba el humo a mi cara.
–Mi nombre es Emmet Wick.– dije contra el comunicador de la puerta principal en el apartamento de la señora Blaus.
–Pasa– dijo la mujer de servicio. Como todos los días desde hacía un mes.
Mis clientes usualmente no duraban demasiado tiempo, sin embargo, algo dentro de mi decía que la señora Blaus sería una mas de la pequeña escala de renacimiento, que era como les decíamos a quienes, milagrosamente, se recuperaban y no necesitaban de nuestros servicios.
Aunque las mejoras fueran falsas y solo crearan falsas esperanzas en el enfermo y en los familiares. Una vez que estabas declarado como “Paciente terminal” era muy bajo el porcentaje de recuperación que puedes vivir.
–Buenos días, señora Blaus– dije a la mujer de ojos apagados y piel amarillenta. Era VIH positivo. Hizo una mueca parecida a una sonrisa, sus encías tenían un color violáceo, ¿Pero para qué decírselo?
–Hola…Emmet– dijo en un susurro.
–¿Cómo se siente?–pregunté tomando el antibacterial y desinfectando mis manos.
–Como la…Mier–no pudo completar la frase sin antes toser. Hice una mueca–Me siento peor… Que todos estos…días– dijo con ahogo y me giré mirándola.
–¿Llamamos al doctor?– pregunté pero no esperé respuesta mientras le marcaba.
La mujer no tenía hijos, sólo un sobrino que actualmente estaba en una pasarela de París.
Diez minutos más tarde tenía la orden de que era la hora.
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Abrí los ojos mirando directamente al techo blanco de mi habitación. Me sentía cansada incluso sin despertar del todo.
Con un bufido siendo mi primer sonido del día, hice el esfuerzo de sentarme en la cama, viendo la ventana abierta que cubría media pared y que era la culpable de mi despertar.
–¡CRISÁLIDA, VEN Y CIERRA MI VENTANA!– grité a todo pulmón.
La mujer regordeta entró a mi habitación y se apuró a cerrar la pesada cortina color azul marino.
–Buenos días, Lía– dijo de buen humor y la miré con rabia.
–¿Qué tienen de buenos?– dije molesta tomando los frascos de pastillas junto a mi cama y seleccionando las que me tocaban a esa hora, odiaba tomarlas luego de comer porque de inmediato mi estómago se quejaba.
Sentí las típicas ganas matutinas de orinar y jalé mi bastón dispuesta a usarlo. Casi me caigo, por supuesto, mis piernas aún no reaccionaban, casi nunca lo hacían realmente. Terminaría orinada y con algo roto si no jalaba la silla de ruedas.
Cansada llegué al baño e hice mis necesidades con un poco de esfuerzo.
Odiaba que Crisálida me ayudara por lo tanto fingía poder con todo, aunque ambas sabíamos que fallaba la mayoría de las veces. Es que simplemente aún no me acostumbraba a los fallos de mi cuerpo.
¿Cómo puedo aceptar que mi cuerpo me traicione?¿Que un día sea la fiebre, al otro sea la jaqueca, y que al siguiente sean mis piernas o mis brazos los que no funcionen?
Antes, cuando servía, era una de las mejores en los litigios civiles. Yo sé lo que es la justicia e irónicamente me ha castigado la peor: La divina.
Empujé la silla hasta la sala, Crisálida había servido el desayuno para mí. Me había limpiado el rostro y los dientes, aunque hacía mucho que no le daba más cariños a mis cabellos que unas trenzas para evitar peinarlo con constancia. Arremangando mi viejo suéter de la universidad y tomé la humeante taza de café negro. Di un largo sorbo y cerré los ojos sintiendo el delicado grano de forma líquida en mi boca.
El timbre sonó y de inmediato salí de mi burbuja.
–No ordené nada– le dije de inmediato a Crisálida quien secaba sus manos con cierto nerviosismo– Cris, ¿Estás esperando a alguien?– ella tragó grueso y yo fruncí el ceño. Tenía muy poca paciencia y ambas lo sabíamos.
–Es tu padre. Vino de sorpresa– avisó caminando a la puerta.
–¿Qué?– dije en un murmullo. Definitivamente el hambre en mi desapareció. ¿Por qué diablos venían a verme sin previo aviso? Mis conocidos sabían que odiaba eso.
Yo odiaba ser vista en este estado, es por eso que he pasado los últimos dos años y medios sin salir de casa más allá de lo extremadamente necesario.
Si no fuese porque tuve la inteligencia necesaria como para levantar el buffette de abogados siendo una de las más jóvenes en graduarse en mi ciudad, mi hermano mayor y su esposa se encargaban de él y me depositaban mensualmente una cuota significativa que cubría mis gastos y me permitía guardar el resto en una cuenta de ahorros.
¡Ahorros, ja! me dije en ese momento, ¿Ahorros para qué? ¿Mi funeral? Seguramente así sería.
–Buenos días mi pequeña Lía–escuché la cantarina voz de mi papá saludándome como hacía cuando era niña. Entró a la sala y lucía encantador, bien vestido como era costumbre y su cabellera canosa me impactó aunque admito que lo disimulé bien.
–Papá, hace un tiempo que no te veo– reconocí mientras me abrazaba con cariño. Eso me relajó un poco.
–¿Un tiempo?– repitió burlón parado frente a mi–Cariño, hace seis meses que no te veo, desde la última vez que vine– me recordó e hice una mueca con mis labios.
–Es cierto, creo que simplemente lo olvidé– dije con una falsa sonrisa en los labios.
Él dio un suave golpe en mi nariz con su dedo índice.
–No me pongas esa cara, sabes que vengo a inspeccionar todo para ver que estés bien e irme tranquilo. No te sirve de nada actuar como una mansa paloma, Lía– blanqueé los ojos recordando de quién venía.
–Adelante, todo tuyo– dije resignada dando un mordisco a mis panqueques con miel.
FLASH BACK– ¿Qué me miras? ¿En qué piensas?–preguntó pero no sonaba enojada, sino curiosa.–En lo muy pálida que estás– dije de inmediato mientras me apartaba y cruzaba los brazos sobre el pecho– ¿No tienes ganas de salir un rato? Quizás el aire libre te haga bien.Arqueó una ceja.–¿Se te está olvidando que acabo de despertar con un taladro sobre mi cabeza? Ni siquiera he comido, no tengo ganas de salir al patio ahorita, Emmet.–No estoy hablando de salir ahora mismo– dije burlón– Además tampoco te decía de ir al patio. Hablo de salir de la casa.Lía bufó.–¿Ahora papá te pidió eso? Ese señor sí que me sorprende, rayos– dijo irónica y fue mi turno de bufar. –Tu padre no me ha pedido nada, he sido yo que he cobrado y estoy tentado a gastar una parte de mi primera paga contigo en una tarde que bien podría ser bastante entretenida si tan sólo dejaras tu mal humor acostado en cama mientras nosotros nos vamos.Lía me miró sorprendida y un leve color rojizo tiñó sus mejillas, parecía pen
La llave de la ducha estaba abierta, me asomé dentro del baño, la puerta estaba de par en par y esta vez me aseguré de poner el pasador a la de la habitación, el vapor del agua caliente cubría el amplio baño y me acerqué con lentitud escuchando su melodiosa voz cantar, era tan hermosa mi propia sirena.–¿Qué hay detrás de una lágrima?¿Qué hay detrás de la fragilidad?¿Qué hay detrás del último adiós?¿Qué hay detrás cuando acaba el amor?¿Qué hay detrás?Puedo ver desde aquíMis recuerdos persiguiéndotePuedo ver el perfilDe mi sombra sobre la paredY no he dejado de fumarY no puedo dormirY en medio de la soledadSigo pensando en ti…Entré desnudo tras ella y cuando Lía fue consciente de mi presencia me sonrió deslizando la mirada por mi cuerpo con una intensidad que de inmediato mi masculinidad le correspondió. Busqué sus labios y fui correspondido mientras sus manos se cerraban tras mi cuello y me halaba hacia el agua de la ducha, la temperatura era perfecta y estaba completame
Volver a casa fue sin lugar a dudas mi parte favorita del día. Crisálida no me esperaba por lo que cuando entramos con suma tranquilidad, la pobre pensaba que era sólo Emmet el que había llegado.–Oh, Emmet, preparé unas cositas que estoy segura le gustarán a… ¡Mi niña!-- venía sin ver mientras hablaba por lo que a lo que encontró mi mirada una sonrisa amplia se adueñó de su boca. Me acerqué a ella y la abracé con fuerza inhalando profundamente al sentir su habitual aroma a talco perfumado que utilizaba desde que yo era pequeña. –Oh, ¡Bendito Dios! Por fin estás aquí– dijo emocionada.–No me fui tanto tiempo, nana– le recordé estrechándola entre mis brazos mientras Emmet nos observaba con una pequeña sonrisa en los labios.Ella se alejó contenta de tenerme para enloquecer sus días y Emmet me ayudó a subir al segundo piso con toda la paciencia del mundo. Debido al internamiento he perdido mi rutina de ejercicios y no veo la hora de empezar de nuevo a fortalecer mis músculos. Papá esta
–Cuando alguien experimenta la pérdida de un ser querido, la persona puede sentir un dolor abrumador, desorientación y desesperación. A menudo, el mejor apoyo que podemos proveer no son palabras sino la generosidad de nuestra presencia. –las palabras del sacerdote eran lo único que se escuchaba en aquel sitio de quizás cinco metros por seis y medio, con unas veinticinco o treinta personas dentro sin incluirme– A veces, un toque con la mano y una mirada o un abrazo considerado pueden comunicar muy poderosamente un mensaje y, a la vez ofrece consuelo, ese consuelo que todos necesitamos y que sentimos su ausencia en medio del pecho cuando la muerte rodea a alguien que conocemos. Considere los momentos en los que usted ha sufrido una pérdida o dolor, y piense en lo que otros dijeron y que usted realmente agradeció. Esta reflexión puede ayudarle a consolar a aquellos que de verdad lo necesitan, aún cuando ni siquiera lo ven. Dios recibe entre sus manos a quienes se arrepienten de corazón,
La clínica tenía un aura oscura, mucho más oscura de lo que sería de forma habitual. Las enfermeras hablaban entre murmullos y secaban su rostro. Algunos pacientes hacían casi lo mismo y cuando subí al piso en donde estaba Lía el ambiente era aún peor.Toqué la puerta esperando oír un “Adelante” de su parte. No tardó más de dos segundos y me asomé dentro encontrándome con aquellos preciosos ojos café que parecían acabados de abrir.–¿Te desperté?-- pregunté apenas entré y me sonrió adormecida. Me sorprendía, Lía no era alguien que durmiera hasta tarde regularmente.–Buenos días– dijo y le sonreí sacando la mano que mantenía tras la espalda y enamorandome de sus ojos sorprendidos al ver el obsequio le tendí las flores que le había comprado– Oh, Emmet…– sonrió ampliamente y me acerqué a ella para abrazarla. Las rosas blancas y rosa pálido estaban rodeadas de pequeñas florecillas amarillas y blancas y envueltas en un papel celofán color lila, Lía se veía realmente feliz y me enorgullecí
La bandeja de la torta húmeda estaba sobre la mesa de noche y mis ojos perdidos estaban sobre ella. Había perdido apetito, sueño y ganas de cualquier cosa, eran pasadas las dos y treinta y cinco de la mañana y mi cuerpo se sentía más despierto que nunca. Las palabras de aquella nota que se veía había sido preparada de forma deprisa en una hoja que del lado contrario tenía un examen médico y que terminó siendo escrita con el mismo bolígrafo que las enfermeras buscaban dentro de la habitación.Había visto la imagen por un minuto continuo, quizás. Eso fue suficiente para que quedara impregnada en mi cerebro después de haberse despedido la enfermera que se marchaba para continuar con su trabajo aún con el corazón vuelto un estropajo, como el resto del personal médico.“09 de octubreTengo que terminar con esto, lo siento, sé que uno de ustedes va a encontrarme y siento mucha pena por el desafortunado o desafortunada. Es sólo que me cansé.Estoy realmente exhausta. La fatiga, la fiebre, l
Último capítulo