El apartamento olía a sándalo y a cartón nuevo. Céline dejó la caja de muestras sobre la consola de la entrada, se quitó los tacones y estiró los hombros con un suspiro largo, de esos que no buscaban dramatismo, sino descanso.
—Has vuelto antes de que anochezca. Un milagro moderno —dijo Agnès desde la cocina, sin levantar la vista del hervidor.
—Hoy no quise escapar del día. Quise llegar a tiempo para vivirlo —respondió Céline con media sonrisa.
Yvania, salió corriendo desde su habitación con los dedos manchados de témpera.
—¡Mamá! ¡Estoy haciendo una etiqueta para tu perfume! —anunció con el entusiasmo de quien aún no aprendía a temer el silencio.
Céline se agachó, la abrazó y olió su cabello.
—Entonces esta casa ya tiene su primera diseñadora oficial.
En el comedor, Elian hojeaba un libro de recetas. Cuando la vio entrar, levantó la vista y sonrió apenas, con ese gesto contenido que usaba desde que había aprendido a sostenerse solo. Cerró el libro con cuidado y dijo:
—Mamá, ¿hacemo