La brisa matinal de Kalliste era perfecta. Siempre lo era. Acariciaba la piel con una tibieza engañosa, como todo en esa isla: suave por fuera, asfixiante por dentro. Una belleza ensayada, como la sonrisa que Sebastián aprendió a usar en cada clase.
Nueve meses habían pasado desde que abrió Sebastian Raye Sailing Club. Y aunque nada parecía atarlo a esa isla, Sebastián seguía allí. Al principio, la escuela de navegación fue solo un intento de no enloquecer. Pero con el tiempo, el lugar se volvió más exitoso de lo que imaginó. Había días completos reservados por familias, novatos entusiastas, e incluso ejecutivos que venían a "desconectar". No parecía un castigo. No del todo. Excepto cuando los grupos estaban compuestos por niños. Esos días, algo dentro de él se quebraba de forma silenciosa e irreversible.
Su aspecto también había cambiado. Más delgado, con una barba que nunca se molestaba en afeitar y la piel profundamente bronceada por el sol de Kalliste. Ojos más hundidos. Movimient