La brisa del puerto la azotaba con la violencia contenida del pasado. Céline descendía lentamente del velero con las piernas tensas, el estómago revuelto y una descarga invisible aún latiendo en sus extremidades. Había enfrentado a Kilian. Le gritó, lo golpeó, lo obligó a mirar la destrucción que dejó tras de sí. Pero no se sentía liberada. No del todo.
Matthias caminaba a su lado en silencio, respetando su espacio, su duelo. Se detuvieron frente a la escuela. Céline fijó la mirada en el velero, donde Kilian permanecía sentado, derrumbado, sin moverse. Y al otro extremo del muelle, dos agentes avanzaban con paso firme. Era el final.
Y, sin embargo, no sentía paz.
Una presión extraña le oprimía el pecho. Cada inhalación era un esfuerzo. No entendía por qué, hasta que apareció Elías, jovial e ingenuo como siempre, ajeno al abismo que se había abierto esa tarde.
—¿Usted es la verdadera esposa del capitán Raye? —preguntó—. Porque yo pensé que lo era la señora Alina. Siempre estaba