Céline caminaba en círculos en la sala de espera del Ministerio Público. No había dormido en toda la noche. El silencio de la oficina, interrumpido por el zumbido del reloj de pared, le parecía insoportable.
Detrás de esa puerta, Leona estaba interrogando a Dorian Zeller junto al fiscal del caso. A Céline no la dejaron entrar. "Es un procedimiento confidencial" le dijeron. Pero eso no bastaba. No para ella. No cuando la verdad ardía tan cerca.
Su dolor ya no era tristeza. Era rabia contenida. Rabia con forma de puños cerrados y pasos nerviosos.
Había prometido que si Dorian sabía algo —si había sido cómplice, testigo o encubridor— no pararía hasta que pagara. No podía aceptar que todos siguieran con sus vidas como si nada hubiera pasado mientras ella había tenido que reconstruirse desde las cenizas.
Matthias había tenido que viajar a Lucerna por temas urgentes de Dermatec. Se había disculpado mil veces antes de irse, pero ella lo tranquilizó. Volvería mañana, y lo importante