Céline entró a Altura con el alma hecha jirones. Solo quería una ducha caliente, silencio y cerrar los ojos sin pensar. Pero apenas cruzó el vestíbulo, se encontró con Elian y Yvania sentados en el suelo, cabizbajos, con unos papeles arrugados entre las manos.
—¿Qué pasó, mis amores? —preguntó, arrodillándose junto a ellos.
—Mamá… encontramos unas cartas de papá —dijo Elian, sin levantar la mirada.
Céline sintió un vacío seco en el pecho. Su voz tembló.
—¿Dónde?
—Estaban en los cuentos que bajamos al salón. Las dejamos sobre la alfombra.
Ella se puso de pie, caminó hacia la sala y vio la caja abierta con los libros infantiles. Junto a ellos, cuidadosamente dobladas, estaban las cartas. Sin fecha. Sin remitente. Con tinta azul desvaída y trazos que conocía demasiado bien.
Se sentó lentamente. Abrió la primera.
No eran cartas de despedida. Eran palabras de amor. Frases dulces. "Te pienso cuando miro el cielo". "No temas a la oscuridad, siempre fui tu luz". "Si alguna vez me extr