Matthias no entendía qué había pasado.
Minutos antes, Céline le había dicho que iba camino al café. Estaba de buen ánimo, centrada, radiante tras los últimos contratos. Él la había visto salir del hotel con ese paso seguro que lo fascinaba, ese modo de habitar el mundo sin pedir permiso. Había estado planeando una velada para celebrarlo esa noche, hasta le tenía un regalo especial. La había esperado tranquilo, mientras atendían llamadas y par de correos.
Pero Céline no llegaba.
Tampoco contestó el teléfono. Ni los mensajes.
Matthias no era un hombre ansioso, pero algo en su pecho comenzó a contraerse con cada minuto de ausencia. Salió del café, cruzó la calle, dobló por la esquina de la plaza con la vaga esperanza de verla acercarse entre los turistas.
Lo que encontró fue otra cosa.
La vio desde lejos, pálida, tambaleándose, con la mirada perdida en el vacío. Y antes de que pudiera siquiera llamarla, ella comenzó a desplomarse.
Corrió. La sostuvo justo a tiempo, su cuerpo caye