Capítulo 115 — La grieta

Apenas llegaron de la plaza al hotel, Alina y Sebastián recogieron sus cosas sin mirar atrás. Florencia se había vuelto inhabitable. Sebastián no hablaba. No respiraba con normalidad. Solo caminaba como un espectro, con la mirada vacía y la mandíbula apretada.

No había vuelos disponibles. Alina intentó reservar sin éxito. Entonces, con voz seca, él dijo:

—Volvamos a Lucca.

El conductor del taxi solo los miró por el retrovisor. Sebastián parecía en trance, con los dedos crispados sobre las rodillas. Cada bocanada de aire parecía costarle el doble. Alina cruzó una mirada con el taxista.

—Déjenos en el primer pueblo con hotel disponible —dijo ella.

El chofer asintió. Los dejó en un pequeño pueblo en el camino a Lucca. Uno de esos lugares que no aparecen en postales, pero que sirven para desaparecer sin dejar huellas.

En cuanto cerraron la puerta de la habitación, Sebastián se derrumbó.

Se dejó caer al suelo. Primero en silencio. Luego llegó el llanto. Luego los gritos.

—¡MALDICI
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