Florencia había amanecido con una brisa templada y cielos despejados. La ciudad rebosaba vida en cada rincón: vitrinas artesanales, callejones empedrados, aromas de espresso y cuero fino. Céline caminaba con paso firme entre la Piazza della Signoria y la galería de los Uffizi, dejando que los adoquines vibraran bajo sus tacones y el murmullo de la ciudad le sirviera de música de fondo. Se sentía ligera, enfocada, como si el ritmo de Florencia la acompañara en su propio renacer. Cerraba mentalmente los acuerdos firmados esa mañana. Matthias la esperaba en un café a unas cuadras, revisando su correo mientras le dejaba espacio para brillar.
Habían sido días intensos, pero también dulces. Esa ciudad, con sus tejados ocres y sus tardes de vino tranquilo, se había convertido en escenario de un nuevo comienzo. Por primera vez, su cuerpo había dejado de temblar ante el roce de otro. Y su alma… había dejado de buscar fantasmas en cada sombra.
No esperaba encontrarse con nadie conocido. Florenc