Nunca imaginé que Paula estaría allí, observando toda la disolución del vínculo entre Diego y yo.
En el salón, el encargado de dirigir la ceremonia nos observaba, revisando los detalles, y luego nos dijo con tono serio:
—Fiona, Diego, ¿están seguros de que quieren romper el vínculo que la Diosa de la Luna les unió? Una vez que lo hagan, ya no quedará nada entre ustedes.
—¿Estás segura, Fiona? —me preguntó Diego, intentando sonar indiferente—. Si lo hacemos, de verdad no quedará nada. ¿Lo vas a aceptar?
Pensó que solo era un berrinche, que no tendría el valor de cortar de verdad el vínculo.
Lo amé durante seis años, y con solo mirarlo, sabía exactamente lo que pensaba.
Ya no tenía ganas de discutir. Solo miré a los ancianos y, con firmeza, respondí:
—Sí.
—Yo, Fiona, en presencia de los ancianos de la manada, rechazo a Diego como mi compañero.
La expresión de Diego, hasta entonces tan imperturbable, se congeló en un instante.
Me miró, sorprendido, claramente no esperaba que fuera tan dec