Dante regresa mañana.
Bueno… en menos de doce horas.
Esta semana fue rara, pero buena.
Ese día, la conversación quedó así: estábamos tratando de entendernos, de hablar sin matarnos, de no volver a caer en los malentendidos de siempre, cuando el padre de Dante lo llamó.
Su pareja estaba mejorando.
Le dijo que, si quería, podía volver y él haría la presentación.
Le agradeció por todo.
No se lo dijo feo ni como una obligación; sonó más como una oportunidad para Dante de salir de esta situación, de respirar, de descansar un poco después de tantos días cargando un estrés que le doblaba los hombros.
Vi la cara de Dante.
Se veía aliviado… y por un segundo pensé que aceptaría volver.
Y no voy a mentir: me decepcioné un poquito.
Habíamos trabajado tanto, lo había visto crecer, prepararse, romperse la cabeza, llorar sin llorar…
Y sentía que por fin estaba listo.
Pero no podía decidir por él.
No podía meter mis manos en una decisión que era solo suya.
Dante quedó en silencio.
Un silenc