—No sé… tengo el nombre que usa en el foro. ¿Y la conversación? ¿La quieres?
—Después de que terminemos esta conversación, me la envías.
Y reza, Aurora… reza para que no sea tan grave la falta.
Me reí sin poder evitarlo.
Tratamos de tener otros tipos de conversaciones más sencillas.
Pero Dante no podía: cada cinco segundos se desesperaba y me preguntaba qué había hecho.
Era muy chistoso verlo perder la cordura, pero él seguía intentando.
—¿Sabes qué? Te paso ya el foro.
No podemos hablar de nada porque no puedes parar de pensar —dije mientras me reía fuertemente—.
Y, así como veo que tienes muchas ganas de regañarme… lo haces.
«Si algún día me vuelvo a preocupar porque Dante es difícil de leer, recordaré este día».
Su cara pasó por mil expresiones en los quince minutos que estuvo leyendo en silencio mis preguntas.
A veces pausaba, se quedaba mirándome, negaba con la cabeza y volvía a leer.
Terminó de leer y se quedó en silencio demasiado tiempo.
Me entraron los nervios.
—Entonces