Entramos al penthouse con la expectación ardiendo en nuestra sangre. Una vez adentro Sergei y yo nos miramos de reojo, conscientes de que el silencio no era normal. La puerta se cerró entonces con un leve chasquido.
La sala estaba vacía. Los sillones apenas mostraban señales de haber sido usados recientemente. La cocina, con su orden meticuloso, tampoco revelaba indicios de actividad. Lo mismo ocurría con el comedor. No había rastros de Natalia, Pavel, Alexei o Roman.
Y entonces mi gemelo y yo lo entendimos.
—Malditos, son unos hipócritas —murmuró Sergei, sin rastro de rencor en su voz, pero no pude evitar darle la razón.
De seguro llevaban horas con ella. Podía imaginármelo sin esfuerzo: Natalia en medio de ellos, su piel marcada por la devoción hambrienta de quienes jamás la dejarían ir. Pero cuando llegamos a la recámara familiar, la escena ante nosotros nos paralizo antes de entrar.
Roman dormía, su respiración profunda y tranquila, Alexei enredado en las sábanas revueltas, tambié