La luz del día parecía demasiado intensa, demasiado honesta, para Danilo. Salió de la Delegación Central de la Policía, entrecerrando los ojos contra el sol de media mañana que se filtraba entre los edificios de la ciudad. El aire fresco era una burla comparado con el olor a humedad, papel viejo y desesperación que flotaba en los pasillos de la comisaría.

A su lado caminaba el Dr. Efraín Gaviria, uno de los abogados más fríos y competentes del bufete que manejaba los asuntos de la familia. Gaviria era un hombre pulcro, vestido con un traje de corte impecable, contrastando con la ropa algo arrugada de Danilo. Su rostro, surcado por líneas de cansancio y molestia, reflejaba el esfuerzo de las últimas horas.

Danilo pisaba fuerte, con la rabia todavía hirviéndole bajo la piel.

—¡Inconcebible, Efraín! —bramó Danilo, ajustándose la chaqueta con violencia. Su voz era baja, pero cargada de furia contenida—. ¿Crees que tengo tiempo para perderlo en esa pocilga? Me tuvieron encerrado, como si f