Capítulo 58. El secuestro

El Porsche se detuvo frente a un edificio de apartamentos modesto, con la fachada desgastada y una hilera de buzones de metal abollados en la entrada.

—Aquí es —dijo Marco, su voz casi un gruñido.

Ramiro apagó el motor. El silencio repentino, después del rugido del Porsche, era pesado y opresivo.

Ambos salieron del coche. La camisa destrozada y manchada de Ramiro contrastaba grotescamente con el entorno sencillo y el vehículo de lujo.

Subieron las escaleras exteriores hasta el tercer piso. Al acercarse a la puerta del apartamento, el miedo se hizo físico, un escalofrío que no tenía nada que ver con el aire de la noche. La puerta de madera estaba ligeramente abierta. No solo abierta, sino forzada. El marco de la cerradura estaba astillado, colgando de una bisagra rota.

Ramiro y Marco intercambiaron una mirada de alerta instantánea. Toda la fatiga que sentía Ramiro se evaporó, reemplazada por una ráfaga helada de adrenalina pura.

—Tenga cuidado —murmuró Marco, deslizando una mano bajo
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