Celeste.
El dolor llegó como un golpe suave… al principio.
Estaba sentada en la cama, con una taza de té entre las manos, cuando sentí la primera punzada. No era como las anteriores. No era una molestia común, ni uno de esos calambres pasajeros que ya había aprendido a ignorar. Este era diferente.
Me llevé una mano al vientre.
Los mellizos se movían. Como si también supieran que algo estaba por cambiar.
La segunda punzada fue más fuerte. Me dobló ligeramente sobre mí misma, haciendo que la taza se deslizara de mis dedos y cayera al suelo. No se rompió, pero el líquido se esparció como una advertencia silenciosa.
Respiré profundo.
—Kael… —llamé, con voz tensa.
Él apareció de inmediato desde la habitación contigua, con el ceño fruncido y la mirada alerta.
—¿Qué pasa?
—C-creo que ya viene.
Se quedó quieto por un segundo que pareció eterno.
Y luego entró en pánico.
—¿Ya viene? ¿Ahora? ¿Aquí? ¿Ellos? —Se desesperó.
Asentí, sosteniéndome del respaldo de la cama mientras otra contracción